Fuego A-dentro
En la sincronía de estas salas que rodean un antiguo horno, podemos dejarnos abrazar por el fuego bajo la costra de la tierra, que a veces se nos abre, antigua, sabiéndonos sus temporales pasajeros, habiéndose nutrido ya de los ancestros, es hogar. Como lo que de piedra hay también en nuestros huesos y órganos, pueden nacer las piedras de los árboles y puede llegar la roca del mar al desierto ¿hasta dónde llegará cuando nos hayamos ido?, ¿quiénes la encontrarán cuando nos hagamos una con ella?.
Los procesos creativos de Claudia son largos, ella y la pintura evolucionan en el tiempo del paisaje y devienen así imagen, roca, personas, ramas, raíces, micelio. Solamente las conversaciones que sostiene en largas caminatas con el lugar, cohabitando-se, pueden urdir un discurrir pictórico de tal densidad y devolver a quienes les prestan mirada, tiempos largos de contemplación.
Como los exoesqueletos fractales de algunos crustáceos o las largas extremidades de hilo de seda que la araña expulsa para habitar con su percepción extendida. Como las casas de las aves horneros o las hormigas tejedoras, las casas que habita Claudia y donde se gesta el proceso de sus pinturas, entrelazan su propio metabolismo con el fuego en el centro de la Tierra y las llamas del Sol.
En ese lugar, en donde sucede el hecho pictórico, los árboles extienden sus ramas entrelazándose con los patrones de las nubes y dan nacimiento a las rocas en un singular enjambre causal que aquí podemos atisbar, podemos ceder y rendirnos ante la invitación de cada momento: ¡observen!.
Tania Aedo
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